martes, 23 de febrero de 2010

CALI 2 VIPASA


Me gustan las fresas; me gusta el azul, el azul de la marquilla de vodka, Absolut, absoluto. Me gusta el cielo y el mar, los complementos; el dúo dinámico de Borges y Bioy Cásares. Qué personaje ese tal Bustos Domecq.
Me gusta caminar por la calle y ver los transeúntes, las antenas con bombillos rojos que titilan en los rascacielos. Me encanta contar cuántas veces se prenden y se apagan, hasta que me canso y sigo caminando. Una vez conté 2728 destellos, y lo juro, al final tenía las pupilas rojas, como las venitas que se brotan en la parte blanca de mis ojos. Pido perdón, a veces no sé nombrar las cosas por su nombre, aunque lo admito con rabia, a pesar de que mi incultura diga lo contrario, me gustaría saberlo todo.
Una persona me pregunta en la calle-flaca, ¿qué hora es?-yo suelto una sutil carcajada (sutil porque no fue estruendosa), lo miro fijamente, y como si no me hubiera hablado, sigo caminando. Es que no uso reloj, no me importa saber la hora ni el tiempo; sólo me da miedo el día, los baches en la memoria y el sol, el sol que molesta mis ojos. Para mí la hora del verdugo nunca será la noche, negra como su traje (o al menos así me lo imagino), sino el aura. No pienso las cosas como un final, sino como un principio: con la noche no acaba el día, sino que comienza la mañana, y con la muerte…ah, quién sabe, pero eso sí, comienza la ausencia de vida.
Veintiuno, esos son. Hecha y derecha, supuestamente, pero sólo me falta dejar la cabeza tirada por ahí en cualquier parte; dos olvidos consecutivos esta semana, la billetera en un taxi de los cuatros (cabe decir que en ella tenía todos mis documentos, incluido el carné violeta violento de Clubsónica, ya saben, exclusividad, espejos, minimaliza, techno. Rumba violenta, como el carné), y al otro día las fotos para la nueva cédula tiradas cerca de cualquier estanco aledaño a la sexta, donde me gusta sentarme a escuchar patrañadas y sentir el vértigo de una respiración que quema, arde hasta el corazón.
Cita mañanera en la Auxiliar Cali 2 de Vipasa, siete a eme, regaño de mamá seis a eme a seis y diez, sueño, zombi, monstruo viviente recién levantado, baches en la memoria, basura cervical que no sé a dónde putas se va, dolor de cabeza, ojeras.
Seis y 45, y ¡Dios! Ya me cogió la tarde. Vásquez Cobo, taxi, y mucho cuidado con la cartera, ni más faltaba ahora botar el denuncio, con qué cara pide uno un denuncio por la pérdida de otro denuncio jaja. Seis y 57, Auxiliar Cali 2 de Vipasa. Ahora sí, qué gallo conseguir a plenas siete de la mañana un lugar donde me saquen una foto, es que la gente que no pierde cédulas duerme, la calle a esa hora solo alberga desmemoriados que embolatan documentos, o desafortunados, a quienes se los roban, o en el peor de los casos, vagos, que apenas cerraron los ojos, porque el día es para dormir.
Una señora canosa, de esas con voz aguardientera, de fumadora empedernida desde hace unos 45 años, que dos día antes me había dado la cita para reclamar la contraseña me manda “´pal frente”-y allá queda lo más de bella oyó mamita, pero la próxima vez valla al fotoestudio que le recomendé, en ese si queda más bonita-chuzo tres por dos, garaje de una casa familiar en la que el hijo mayor maneja a medias Corell y lo mandan a editar.
En esas me entra ese dolor de mujer, ese dolor que desgarra las entrañas, que lo hace cerrar los ojos y ver una explosión de sangre. Y a esperar, paciencia de donde no la tiene, movimiento acelerado y angustioso del pie para calmar ansias, y no mire con cara de culo mijitica, que así sí que menos la atienden. Muestra entera de autocontrol, ese mismo que de tanto contener hace cometer los crímenes más bizarros, o al menos maquinarlo, como cortarle los diez dedos a ese demorado que no me atendía, y con la misma guillotina de su negocio. Craneando maneras de matarlo para intentar olvidar ese dolor que cada vez me recuerda que soy mujer, que Eva es una puta pecadora y nos dejó una eternidad abnegada, sufrida, machista, por fin me meten a ese cuartico blanco y flash, sale la foto. Ya son las siete y onces, y segunda vez en el día, voy tarde -deme las fotos señor, ¿cuánto le debo?- son seis mil cuatro de documento y dos pequeñas deme quince minutos mientras la editan.
Después de un largo respiro…resignación total mientras veía cómo crecía poco a poco la fila. Se demoro 12 minutos en entregarme el sobrecito con las seis fotos, y cómo es la vida, que tres minutos de anticipación y una cara de niñita mimada me hicieron topar con un policía que me acortó bastante la fila, ay, el Estado y sus órganos, pero afortunadamente se goza del derecho del soborno, sí, soy individualista, en ese momento al menos, completamente.
Entro sacó la foto que no había visto para entregarla y…la sonrisa de vencedora, de triunfo ante todos los de la fila, la sonrisa de idiota que tenía disque por mi “buena suerte” de haber encontrado un lugar a las siete a eme donde tomaran fotos, la sonrisa de evasión al regaño de mi mamá a las seis y diez, toda esa sonrisa se fue a Navarro cuando veo la foto. El retrato era la burla de todo lo que yo había burlado esa mañana y la noche anterior.

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