miércoles, 7 de marzo de 2012

DOMINGOS


¿Me escuchas?
Sí, te escucho claro, como si estuvieras aquí. Todavía siento tu eco vibrando en los huesos de mis oídos, como si realmente hubiera alguien tocando un tambor en mis tímpanos. Tu voz se mete por la mitad de mi cabeza y se queda ahí mientras la asimilo, mientras entiendo que no vas a colgar y no tengo que temer por dejar de oírte, porque se esfume tu voz y mi mente deje de vibrar. Que no se calle el tambor, que no se acabe ese redoble seco, mudo. Te escucho aquí, cerca.

- ¿Puedes sentir mi corazón?
Lo siento. Ahora no sólo vibra mi cabeza, sino también mi corazón. Podría asegurar que esta es la manera como baila el alma, entonces me ponía el auricular en el pecho, lado izquierdo, y tú, ¿escuchas el mío? late rápido, ansioso y angustiado, porque te siento cerca pero no estas aquí, conmigo, y mi cuerpo y mi mente te anhelan. Ya no te escucho, te siento, los vellos de tu pecho, grande, fuerte. Siento cómo palpitas, rápido, casi como si te estuviera tomando el pulso con el teléfono, y ¡sí que estás vivo!, y entonces se comunican nuestros corazones, músculos llenos de sangre, desgarrados, porque la realidad era que en algún momento íbamos a colgar, esto no iba a ser un juego eterno. El teléfono era como nuestro teletransportador nocturno, de sábado en la madrugada.


Colgábamos y al menos yo terminaba débil, como si tu cuerpo me hubiera robado toda la energía a través del teléfono, como esa depresión que uno siente los lunes por la mañana, esa debilidad corporal, mareos acompañados por fuertes náuseas, pocas ganas de estar vivo y seguir con la semana que recién comienza. Martes, y ¡mierda, tengo mil cosas que hacer!, miércoles, qué desasosiego, jueves, necesito un trago, viernes, ¡ya es viernes!, los sábados todavía pienso que es viernes, y domingo, ¡ah, malditos domingos! siempre intento salir por ahí con la poca fuerza que me queda, salir a caminar por las calles solitarias. Es muy distinta esa sensación dominguera. Primero, el sol tiene un color distinto, como ocre con naranja, como una pincelada de óleo en un cuadro de Van Gogh, un campo de trigo perdido en el horizonte lleno de millones de espigas, secas. Sólo los domingos se percibe cómo el calor se adhiere al asfalto gris, que suda, se dilata, río de lava fundida con piedras, con cuadros de Van Gogh que se llevan los cultivos de trigo, entonces se mezclan los tonos tierra y el resultado es un matiz tediosísimo. Por eso es que nadie sale a la calle en sus carros los domingos, porque se pueden derretir las llantas, combinar más colores en la carretera. Entonces el silencio es menos efímero, la calle ya no suena a nada. Se apagan las alarmas, las ambulancias, los buses, los motores chirriantes pidiendo secos aceite. Silencio. El domingo es hacerle antesala a la muerte, una espera eterna por otro día que no va a ser mejor, y uno de esos domingos cuando no esperaba nada, apareció Francisco. Llegó con Mariaelisa, quejándose de la fatiga de los domingos solitarios, en los que no pasa nada. Desde ese día procuramos no pasar un sólo domingo solitario más. Entonces dejé de esperar a que sonara el teléfono con tu nombre en la pantalla, mi corazón se acostumbró a latir más despacio, solitario. Vos eras lo incompleto, eras esa sensación de tener que colgar, de marcharse cuando uno se quiere quedar, de despedida cuando no se quiere ir, de silencio cuando se espera una palabra. Vos eras esa espera cuando yo tenía mucho afán. De todos modos, contestaba esas llamadas esporádicas de madrugada, y no te miento, lo que sentía cuando colgaba estaba intacto, sólo que me reponía más fácil. Colgar era una sensación menos angustiosa entonces, me  reponía rápidamente. Por un tiempo pude vivir con esa dualidad, Francisco de lunes a sábado y vos algún día de la semana a las cuatro aeme, te quedabas vagando en los pasillos de mi cabeza. Así se nos pasaba la vida, huyendo de tedio en tedio, de domingo en domingo.

Opté por no volverte a contestar, claro, cómo no, si en esas madrugadas a veces estaba Francisco,  y ensangrentabas la bocina con tu corazón latiendo frenético, como si se separara de todas tus venas y arterias y abriera un hueco en tu pecho para escaparse y llegar a mí. A veces cobraba vida, se metía por el cable deslizándose en forma de círculos; manchabas mi teléfono con pequeñas gotas de sangre. Francisco me preguntaba por ese sonido que hacía temblar el suelo, y yo le decía que era algún idiota que había perdido algo y lo estaba reclamando. Colgaba. Vos terminabas muerto, sin pulso, con tres lágrimas en tu cara anémica, un charco de hemoglobina y plaquetas evaporadas por todo tu cuarto.

El idiota que había perdido algo y llamaba a reclamarlo en las madrugadas ya era famoso, hasta que Francisco se dio cuenta que el dichoso idiota de hecho eras vos. ¡Ay Santigo! en las que me metes. Por mí, hubiera dejado las cosas así con él, cortar, no volvernos a ver, tu por allá, yo por acá, no me busques más, lo hubiera hecho si supiera que podía salir corriendo a donde vos, respirar ese aire de leucocitos, darte un beso de tres horas y liberarte de esa anemia, devolverte tu corazón, ahí, intacto en el pecho, pegarlo con super bonder para que nunca más se escapara y sintiera también al mío. Pero las cosas eran diferentes. No sé si era miedo, si eso de las serenatas mudas era un simple video mío, porque la realidad era que no me estabas esperando, que todo era más bien un capricho, porque andabas con varias. ¿Les dirías lo  mismo que a mí? ¿Las llamarías al amanecer y te pegarías el teléfono al pecho?

Fue una noche cuando dormía que sentí la conexión, mi corazón palpitaba más rápido de lo normal, como cuando me llamabas, sólo que esta vez no había teléfono. Me desperté sobresaltada pensando en vos y te llamé. Contestaste como si no te hubiera sorprendido, como si vos tuvieras todas tus emociones bajo control, pero cuando te pedí que nos viéramos te delataste, no era así. Nos encontramos después de muchos meses. Te sentía vibrar desde lo lejos, y cuando nos vimos, nos miramos como si el tiempo se hubiera detenido y sólo estuviéramos nosotros dos, como un plano de inmanencia, como cuando el caos se organiza en un centro. Puse mi oído en tu pecho y escuché el latido sin la interferencia del teléfono. Estaba lento, desgastado y cansado, entonces toqué el lado izquierdo de tu pecho y lo besé. Me diste un beso en la boca, sin preguntarme si quería, sin pedirme permiso. Toda esa falsa sensación de llenura, Francisco y los domingos, se esfumaron de mi mente. Vos eras lo incompleto, la incertidumbre, lo que no podía controlar, el azar, un viernes por la noche cuando todos hacen lo que se les da la gana. Yo también te besé, y juré que no quería pasar más tiempo sin besarte. Besarte se convirtió en la necesidad de pasar los días, en la fuerza para enfrentar las horas que separaban los momentos en los que nos íbamos a ver en secreto. Era encender la máquina de las mentiras para poder propiciar nuestro encuentro, salir sin decir a dónde ni con quién, inventar citas inexistentes y reuniones falsas.

Nunca había pasado tantas noches en casa de mis amigas y mi mamá ya comenzó a desconfiar de tantos trabajos trasnochados. Dejé de ser la misma con Francisco y ya nos veíamos poco, los momentos que eran para él te los dedicaba a vos a punta de excusas. Ya no lo quería ver más, no quería que me tocara ni me diera besos, sus palabras se tornaron fastidiosas y yo ya no sabía cómo hacer para que no me buscara más, porque no era capaz de decirle que se fuera, que no lo quería, que nunca lo quise y que siempre estuve pensando en vos, porque no sabía hasta cuándo nos iba a durar la cosita, y en realidad, no quería estar sola en el momento en que se te diera la gana dejar la maricada conmigo.

Es que siempre he tenido muy claro que la que tiene todas las de perder soy yo. Vos sabes en qué momentos aparecer, los que más te convienen, porque fácilmente te podes desprender de este cuento sin ningún tipo de dolor, de nostalgia.

Hoy te digo que todo salió al revés para mí: Francisco me dejó y yo ya no hago nada más que pensar en vos, que esperar a que suene el timbre y seas vos; me da rabia cuando es otra persona. Han pasado varios días desde la última vez que hablamos, y yo por mi parte no te pienso llamar, así me muera de ganas. No me has dejado otra opción que ésta, escribirte una estúpida carta en la madrugada, con el corazón moribundo y sin ganas de luchar más.



jueves, 1 de marzo de 2012

Charly García prendió mi máquina de hacer pájaros.

BUBULINA

Navidad en el cielo,
Bubauina se llevó mi amor
El tiempo exacto entre los dos
nunca murió.
Máscara de luna
Esa puerta no debiste abrir
Pero ya abierta es tan real.
Cómo se resuelve re, do, si, sol, la...

Para hacer esta armonía es preciso un nuevo ser
Capaz de nacer mil veces sin crecer.
Cuatro notas separadas y la oscuridad total,
Ya no queda tiempo de mirar atrás.

Pero veo el horizonte esta mañana
Y de pronto todo parece estar bien,
Es que ya no hay nada que pueda hacer?
3Es que no hay nada que pueda ver?
Dama de colores, lávame la cara y llévame
Tan alto para ver todo mi mal.

Diosa y heroína, déjame la llave antes de ir,
No esperes a la muerte aquí.

viernes, 17 de febrero de 2012

ACAPULCO


En realidad, creo que más bien lo que pasó fue que reprimí todas esas cosas que me acordaban de esa noche. Si no íbamos a estar juntos, qué sentido tenía almacenar más información en mi pobre cabeza que ya bien confundida sí estaba. No puedo negar que los recuerdos de ese día a veces aparecen de las formas menos esperadas. De repente me empiezo a acordar mucho de vos, después, sin siquiera evocarlo viene la imagen de un lugar, no estás vos en el plano pero tengo la certeza de sentir ahí, latente, tu presencia, como en un fuera de campo, parecido a esos que tanto mencionábamos cuando hablábamos de cine, y ¿ya comenzás a hacer memoria? Un baño estrecho, un bombillo rojo muy tenue que develaba paredes con algunos rayones ya desgastados por el tiempo, recuerdo uno especialmente, decía, "las mujeres con la dignidad rebelde", y yo me sentía la más rebelde en ese baño callejero, las más digna de todas, así estuviera montando mis piernas en tus caderas en medio de tanta suciedad, evitando el contacto con el retrete. Te besaba, y tu cuello sabía un poco salado, claro, cómo no, después de que sufriste tanto en el carro de mi amigo, casi que vengamos la muerte llegando vivos a ese estanco.


Fue todo muy rápido. Pero a veces se me viene la imagen de tu cara, con unas gotas de sudor en tu nariz, un rocío que sólo te hacía brillar el aura, después de haberte liberado con tanta fuerza como lo hiciste, y no creas, a pesar del punk chatarro que sonaba afuera y algún patán que le pegaba a la puerta para que saliéramos. La dicha no me la iba a quitar nadie. Quienquiera que nos haya visto salir de ese baño pensaría que adentro estaban regalando felicidad, y salimos así, a mí no me importó lo que pensaran, no me importó que nos vieran juntos nuestros amigos y algunos conocidos del lugar.


¡Ay Santiaguito, lo que son los estragos etílicos! Seguimos bebiendo en ese estanco, aledaño a la Sexta, sucia, violenta y ruidosa, Licores Acapulco, parque de los niños, ciertamente no son niños los que se parchan ahí después de las ocho, más bien están envejecidos. Nube opaca, nube de humo, bocanadas con formas de corazones y luces verdes que se difuminaban con cada carro que pasaba veloz. Chirrinchi de fresa, agua de la Morgue, Cigarrillos Derby, Yerbi, sillas desocupadas, y sí, cuando menos nos dimos cuenta, estábamos solos en el parque. Nos habían dejado. ¿Será que se dieron cuenta los demás que estorbaban? ¿Será que somos los únicos que no notamos que el resto no hace falta cuando estamos juntos? Ellos sí lo vieron, y menos mal, porque yo, al menos por esa noche, me sentí como tu novia, y vos, vos eras mi novio. Nos cogíamos de la mano para pasar la acera, y llegábamos a Acapulco por más alcohol, pasábamos la calle y volvíamos a nuestra playa. Sexta violenta, suicida y sucia, sextAcapulco. El resto, lo reprimí por la vergüenza, o simplemente porque fui tan feliz, que si la vida es la búsqueda de la felicidad, el hecho de recordar aquella noche anularía cualquier motivación para seguir viviendo. Así que lo siguiente fue levantarme sola, adherida a mi cama por el peso de la cabeza, el sabor agrio en mi boca, los labios resecos y el olor a tabaco en mis dedos. Dos de la tarde, resaca, calor, luz violentando la persiana, ese lapso que todos lo borrachos bien conocen, entre abrir los ojos y percatarse de que se está despierto, el cerebro confundido realiza, después de unas milésimas de segundo que se hacen eternas, las sinapsis, y a continuación, ¡mierda! Y comienza la conciencia a hacer de las suyas, destellos de pequeñas luces destellantes como un flash fotográfico, cada recuerdo es una foto, algunas en blanco y negro y otras a color. Entre fotograma y fotograma (porque la cabeza menos mal puede desarrollar muchas tareas a la vez), uno ya ha decidido enfrentar las ganas de vomitar, ese vacío en la boca del estómago, y poner los pies en el piso frío, ir al baño y tomar agua del grifo. Decidí hacerme la boba, engañarme, al fin y al cabo, Acapulco está muy lejos de aquí.


No te iba a llamar más. Vos como que tuviste la misma idea, porque no llamaste. Maldije la fe, eso que dice la gente que lee libros de superación personal, Paulo Coelho o yo qué sé. Pensar en las cosas que uno quiere que pasen es llamarlas, y de hecho "pasan", pero vos nunca llamaste. Lo que es la esperanza. Maldigo a Pandora, descuidada, hubiera dejado dentro de esa dichosa cajita el olvido, todo sería más fácil así.


Lo que son las cosas, recuerdo que mi mamá siempre me ha dicho, Maria Camila, la mujeres no buscan a los hombres, pero qué engaños que le juega la mente a uno, y en otra rasca te llamé. Llegaste a donde yo estaba, y entonces me di cuenta que te desapareciste por orgullo, esa cuestión de "si no me llama ella yo tampoco", en realidad, vos como yo, en el fondo tampoco habías dejado de pensar en ese día. Nos fuimos solos a tu casa y no dejamos de abrazarnos en toda la noche. Me dabas besos en todo el cuerpo, como si por fin me tuvieras y no quisieras que me fuera nunca, como si no pudieras creer que en realidad, era yo, vivita, de carne y hueso, la que estaba entre tus brazos. Fue ahí, en ese instante cuando me di cuenta que de verdad te amaba, que en tus brazos me sentía más segura que en cualquier otro parte y que nunca quería irme de ahí, en cambio era como si vos sí supieras lo que terminaría pasando. Sabías que tenías que aprovechar esos momentos, porque no iban a ser eternos.


¿Por qué sos tan raro Santiago, ah? Se te notaba que te morías por estar conmigo, pero entonces ¿por qué sólo me buscabas cuando se te daba la gana? Y yo como una tonta siempre esperando que aparecieras, para hacer el ritual de tenerme en tus manos, apretando fuerte, con recelo, añorando que no me fuera nunca. El jueguito comenzó a desequilibrarme, ya estaba agotada de esperarte, por lo que decidí seguir con mis cosas, tal y como eran hasta antes de esa noche. No lo logré, no lo he logrado aún, pero al menos me distraía, me engañaba creyendo que te estaba logrado olvidar. Fue ahí cuando conocí a Francisco, pobre, de verdad me quería. Nunca nadie me ha halagado tanto como él. Siempre destacaba todo lo mío, mi belleza, mis dientes, mis gustos, mi forma de hablar, mi aliento, todo, y yo me sentía mal al verlo a él, tan normal, tan diferente a vos. En verdad lo único que quería era que a vos alguien te contara de todas las veces que yo pasaba violentamente mis manos por su espalda mientras gritaba de placer. No lo puedo negar, Francisco me satisfacía, y los momentos que pasábamos juntos eran agradables. Confieso que por momentos, creía que me estaba olvidando de vos, pero todo se volvió mierda cuando me di cuenta que estabas frecuentando a dos tipas, dos monas. ¿Eran más bonitas que yo, Santiago? Te aseguro que ellas nunca hubieran sido capaces de dejar todo e irse a Acapulco con vos, sin importar qué diría papá, qué diría mamá, sin importar que no les alcanzara nunca para el vodka. Te metiste con esa tal Vanessa, no sé si también la estrujabas en tus brazos como a mí, si con ella también te sentías tan feliz. No creo, o al menos eso quiero pensar, porque mientras estuviste con ella también frecuentabas a Daniela. Menos mal tenía a Francisco, a quien restregarte cuando nos encontráramos en la calle, porque eso sí, no hubiera aguantado verte con tu noviecita y yo sola en la calle, con los mismos patos de siempre. No mi querido, ese gustico no te lo iba a dar.


Me he engañado Santiago, por eso decidí terminar con Francisco, así él haya sido tan bueno conmigo, tan perfecto. No creo que nadie más sea perfecto para mí, así sea mejor que vos. Ahora estoy sola, vos probablemente estés con tu monita, Vanessa, tu linda princesa, la más ordinaria y hueca; y yo, yo seguiré aquí, pensando en vos, escribiendo de vos, fumando por vos. No me has dejado más opción que intentar matar este amor, pero ese intento ha fracasado mil veces ya. Ahora qué ¿Tengo que morir yo ya que no pude matar al amor? ¿Como diría Rep?. No quiero más sonrisas fingidas, no quiero salir con tipos que ni me interesan ni te sacan de mi cabeza, no me importa si soy la mujer perfecta para ellos, no, no quiero, sólo quiero ser perfecta para vos. Ya qué, ya el tiempo hizo su trabajo con nosotros: tres olvidos consecutivos. Primero que te amo, segundo, que siempre te amé, tercero…siempre lo haré. No puedo decir no más, ya pronuncié muchas veces estas palabras en vano. No puedo dejar a un lado tu espectro ni seguir adelante con lo que llaman “una vida”. Ahora ya nada es, nada de lo que planeamos va a ser. ¿Por qué me dejaste Santiago si yo soy lo mejor que jamás pudiste conseguir? Me desnudo ante vos con esta carta, vos veras qué haces. Por última vez voy a dejar que seas vos el que decida. Nos vemos en Acapulco, hoy, mañana, no sé, tal vez en otra vida cuando los dos seamos mexicanos.

De cuando todo era papel regalo (Fragmento de Opio en las Nubes)

Quiero que recuerdes mi olor cuando pases por las avenidas por los bares por los parques que recuerdes mi canción rota y demente en cada hoja de cada árbol quiero que sepas que siempre estaré esperándote cerca de un espejo para que toques mi cuerpo por detrás por encima por los lados por la tangente con tus manos con tus dedos y que siempre mi pequeño Max escribiré tu nombre en el espejo mientras me tocas mientras me inyectas toda tu oscuridad en mi oscuridad mientras te desangras en mi sangre mientras desbocas todo tu silencio en mis gritos salivales salvajes atroces remotos locos no te vayas ven para acá no cierres la ventana deja que el aire termine de revolcar los corazones deja que el viento seque mis calzones rotos y mis vasos rotos y mis papeles deja que el viento seque las lagrimas que hay sobre los objetos deja que el día seque la sangre que se ha acumulado entre la nicotina de mi cigarrillo ven acércate quiero echarte el humo azul te opaque lo que estás pensando y sígueme contando sobre aquellos días cuando teníamos los corazones envueltos en papel regalo y cuando no había mucho que hacer simplemente caminábamos bajo los árboles comíamos helados de vainilla después los días se fueron achicando se fueron encogiendo se fueron rompiendo frente a nuestros ojos los días pasaban bajo los zapatos y nosotros pisábamos alegres contentos felices irresponsables claro que te acuerdas Max.

DESAPERCIBIDO


Yo tenía 20. Vos eras mayor, pero nunca supe tu edad; tendrías qué, ¿unos 27?, y no sé si era yo la que parecía de tu edad o vos de la mía, el caso es que estábamos muy metidos en el cuento de vivir rápido y morir jóvenes. Tal vez por eso nos pasábamos noches enteras encerrados leyendo a Andrés Caicedo. Yo era feliz pensando que era María del Carmen, vos definitivamente eras Ricardito, porque eso sí, vivías como un miserable, y en esa época me halaste con todas tus fuerzas hacia tu misma miseria. Creíamos que la felicidad era un ideal más grande que el ser humano y que las pesadillas de dopamina en el hipotálamo eran la única manera de redimir la estúpida existencia. Era una rebeldía sin fundamentos, la irreverencia por la irreverencia, y aprendimos a descubrir la tranquilidad en el mismo sufrimiento. No sé por qué nunca fuimos novios si nos entendíamos tan bien. No creo que nadie hubiera podido lidiar con nuestro pesimismo y ese odio a la vida. Nadie, habría sido capaz de enfrentarla, destruirla, sin que ella pudiera hacer nada, porque nosotros éramos su amo, éramos su materialización.

Cuando te conocí lo que más me gustó de vos fue verte así, tal cual como eras, alto, flaco y vuelto mierda. Nunca creí que un tipo como vos se fijara en mí, yo era una pelada irreverente pero aún miedosa e ingenua, y no te miento, la primera vez que salimos pasé horas frente al espejo desarreglándome para verme un poco como vos. Te mentí. En realidad sí, tenía mi mundo, conocía un poco la calle y estaba algo desencantada de la vida, pero después de que salimos la primera vez, me di cuenta que en verdad me faltaba mucho por conocer, faltaba mucho por hundirme. No sé qué viste en mí, tal vez que era bonita y aun conservaba ese brillo en los ojos, esa inocencia que se tiene cuando todavía se le obedece a los padres. Tal vez te gustó que yo fuera la única que estuviera dispuesta a hundirse con vos; sabías que era ingenua, porque en el fondo, pensabas que iba a ser algo momentáneo, una experiencia más, pero estabas seguro que yo no llegaría hasta el fondo. Tenías razón, y ahora pienso que fuiste muy inteligente en elegirme a mí como tu compañera de perdición.

Ahora estoy aquí, con las uñas llenas de barro y las manos laceradas. Logré salir de ese hueco, vos te quedaste solo.

Al principio nos gustaba mucho salir a la calle. La sexta era nuestro lugar predilecto, no había que salir de ahí para conseguir todo lo que necesitábamos. Íbamos mucho al Desván, un lugar donde la gente des-va, manteníamos en una borrachera de alucinógenos y bailábamos como si el mundo se fuera a acabar. Luego nos íbamos caminando a mi casa mientras me ayudabas a pilotear la locura para que mis papás no se fueran a dar cuenta de mis andanzas. En esa época todavía me preocupaba por eso, y no quiero imaginarme lo que habrían pensado ellos si me hubieran visto con vos. Las tres se convirtieron en cuatro, luego en cinco; fui llegando después del sol hasta que dejé de llegar para quedarme con vos. Lo que más me gustaba era tu casa. Vivías en plena sexta. Un largo pasillo nos dirigía a unas escaleras en caracol. Teníamos que subir tres pisos en medio de paredes de un rosado pálido y desgastado. Me gustaba ese lugar, era nuestro Palacio Rosa, nuestro palacio que se alzaba por la avenida, por la que salíamos a caminar, a recibir la brisa de la tarde y escuchar la sublime cacofonía producida por las mil diferentes tonadas melómanas de las mil diferentes tiendas de esquina. Caminábamos en medio de las palmeras descontextualizadas, porque eso sí, a pesar de recorrer las aceras a diario, nos volvimos locos buscando el mar. Yo al lado tuyo me sentía como Amarilla, sólo que yo estaba aquí, en Cali, brisa, brisa, brisa. Nos encantaba llegar a la San Judas Tadeo y recordar a Andrés, y siempre nos deteníamos unos minutos frente al edificio Corkidi, ahí donde finalmente se mató a punta de Seconal. Nos quedábamos inmóviles y mudos mirando el cemento ya viejo y desgastado, ventanales deteriorados llenos de hongo y tiempo, con pintorescas cortinas de flores desteñidas, pálidas y tristes. Sentíamos la presencia de Andrés, esa melancolía que nos halaba a quedarnos contemplando la construcción un momento más, un espectro que no nos dejaba ir, como si nos empujara hacia la puerta de hojalata café. Cada centímetro de la autopista nos traía los mismos recuerdos, una reminiscencia invadida por la nostalgia de una memoria que no era nuestra, una juventud mucho mayor que nosotros a la cual queríamos parecernos.

No sé si fue la sexta o tu casa la que nos fue llenando de deseos de encierro. Me fui de mi casa y nos metimos en la tuya. Me encantaba todo de ella, aunque fuera tan vacía: sólo el típico cuadro de Jim encima de un sofá blanco, viejo y desgastado. Un tapete empolvado y muchos libros regados por ahí. Vos andabas sin camisa, flaco, con el pelo en la cara y me mirabas. Eras tímido, yo diría que mucho, pero yo aprovechaba esos momentos para acercarme a vos y darte un beso; se te ponían los cachetes rojos y entonces me leías vocales en desorden y la sobredosis ya no era sólo de cocaína sino también de los poetas franceses. Me decías en voz leve, "A, negro, E, blanco, I, rojo, U, verde, O, azul: vocales,/ diré algún día vuestros nacimientos latentes:/ A, negro corsé velludo de las moscas brillantes/ que zumban alrededor de hedores crueles…" y siempre te frustró no saber francés para poder leer en su pura esencia a Rimbaud, pero pudiste inventarle colores a las vocales. Yo te decía que Arthur era muy retrechero para ser de la época en que vivió, que no entendía por qué la U estaba antes de la O y las primeras letras de los colores no correspondían a la vocal, y además que vos te parecías a él en la foto de tu libro. Te daba rabia y me decías que más bien lo leyera, y entonces así, no me importaría si se parecía a vos o no.

A punta de Rimbaud y Poe, vino blanco y opio se nos pasaban los días. Eso es lo que pasa con el opio, un día estás fumando y luego te das cuenta y han pasado quince y tenés la misma ropa. Las primeras imágenes que recuerdo de esos despertares son las tuyas, sentado en el sofá con un cigarro medio consumido, mirando por la ventana sin cortinas hacia la calle, la tarde con toda la gama de naranjas y ocres; a veces unos tintes violeta y siempre la bulla de los carros, de las alarmas. No parpadeabas, y para lo único que te movías era para llevarte el cigarro a la boca. Entonces yo me acomodaba en tu pecho desnudo y te acariciaba. Vos seguías quieto, mirando perdido por la ventana. Hoy sé que lo que hacías era maquinar en contra tuya, destruirte mentalmente, repitiendo en tus pensamientos que odiabas a tu madre por haberte traído al mundo sin siquiera haberte pedido permiso, aprovechándose de tu inocencia. Te fuiste volviendo cada vez más melancólico, hablabas menos y no comías, sólo fumabas opio y tomabas vino. Yo a veces me aburría porque ni me hablabas, sólo para leerme algún fragmento de un poema, sabías que Baudelaire era el que me gustaba más: Y la muerte a los pulmones cuando respiramos/ desciende río invisible/ con gemidos sordos. Era raro porque a pesar de querer salir, no quería separarme ni un minuto de vos, porque me hacías sentir como siempre me había querido sentir: diferente a todas las niñitas como yo que creían que conocían la calle. Me hacías sentir como María del Carmen, así, retrechera, irreverente. Por eso no me fui, por eso comencé a volverme como vos. Ya no mirabas la ventana en las tardes, nos volvimos sordos y ciegos de todo lo que pasaba afuera, sólo nos mirábamos fijamente y al parecer maquinábamos las mismas cosas.

El recuerdo que más me marcó fue el día que saliste a donde el jíbaro por opio. Siempre era yo la que salía por las cosas que necesitábamos, pero ese día quisiste bajar vos. Volviste agitado y algo nervioso y me dijiste: para el odio que te ha infectado el censor, no hay mejor remedio que el asesinato. Sacaste entonces de la parte de atrás de tu pantalón una pistola. Yo me asusté, no te miento, pero tenías razón, yo no había elegido vivir tampoco y ya no me importaba el resto del mundo, sólo quería opio, morfina y diazepán, por lo que mantenía en un constante desasosiego y nada me importaba, nada salvo vos, tenerte lejos me mataba, así que si lo que vos querías era morirte, yo también tenía que morir, porque no concebía la vida sin vos. Te tomaste casi media botella de vino de un sólo sorbo y fumamos opio. Entonces pusiste a Jim, The End, beautiful friend the end, y nos sentamos uno enfrente del otro. Tomé el frío hierro y sentí un calambre en mis manos, uno que activó todos los recuerdos existentes a la vez, no los pude distinguir uno por uno, pero sabía que ahí estaban, 20 años en 20 segundos. Te dije que lo hicieras vos de primero. También estabas nervioso, nunca te había visto así. Temblaste y te pusiste el arma en la boca. Vacilaste con apretar el gatillo y se brotaron tus sienes, tu rostro se puso rojo y tus ojos se aguaron. Tu mano temblaba con el cañón del arma dentro de tu boca. Yo apreté los ojos tan duro que vi chispas hasta que quedó todo negro, esperando con un vacío en la boca del estómago que me causó unas fuertes ganas de vomitar mientras esperaba la detonación de la pólvora. No sonó nada. Abrí los ojos y te miré, vi tus ojos de sufrimiento y desgaste; entonces sacaste el revólver de tu boca y te tiraste a llorar en mis piernas. Habías fallado, no eras quien creía que eras, yo te juro que hubiera sido capaz de dispararme, yo sí, sólo que no quería estar sin ti. Pero en ese momento, por primera vez, me di cuenta que en verdad terminarías como un miserable miedoso, como Ricardito. Me paré y me fui y nunca volvimos a hablar.

Intentaba borrar de mi mente los recuerdos de aquella época de destrucción. Ya no me gustabas, no quería ser como tú. La última imagen que tengo de ti es de ese día. Con los pantalones negros desgastados, el pelo como el de Jim en tu cara; te veías famélico, enfermo. Fue difícil volver a mi casa, cuando timbré y abrió mi mamá me abrazó y se lanzó a llorar. Yo le conté todo lo que hicimos, lo que dejamos de hacer, entonces se dio cuenta que había perdido a su niña, que ese destello inocente de sus ojos ya se había ido para siempre. Paradójicamente, había sido corrompida por el encierro. Durante tres meses recibí ayuda psiquiátrica. Dejar el opio y los medicamentos aún es difícil para mí, sólo que ahora valoro la vida, la que ya no se justifica ni redime con la destrucción. Intento no salir a la calle y menos a la sexta, sexta violenta y suicida, me paro ante ella, o paso en el carro cuando voy con mis papás y siento un recuerdo que ponzoña mis entrañas, vuelven las náuseas y la misma sensación de querer apretar mis ojos hasta ver chispas. De vez en cuando recibía noticias tuyas. Me contaron que te habías intentado matar otra vez, te cortaste las venas, pero fracasaste, razón por la que te fuiste del Palacio Rosa, de tu libertad, de las bocanadas de opio y de Rimbaud para irte a casa de tu madre a rehabilitarte. En verdad te deseaba suerte con eso, yo ya estaba recuperándome y realmente me sentía mejor. A veces quería tomarme un café con vos, decirte que en verdad te llegué a amar así nunca hubiéramos hablado de nosotros dos. Te seguía como un punto final termina con las oraciones suicidas. Seguía tu sombra aunque me llevara a morir, pero ya no te extrañaba.

Fue por esos días que me estaba acordando de vos cuando me llegó la noticia: te habías suicidado, con el mismo revólver con el que nos íbamos a matar los dos. Ricardito cayó mejor parado que vos. No sé qué te motivó a hacerlo, tal vez la abstinencia y salir de tu encierro voluntario para cumplir la rutina de tu casa materna. Lloré, me sentí tan culpable como vos.

Hoy te pienso. Pienso en vos todas las tardes cuando el sol se pone, esos tonos ocres y naranjas que a veces se tiñen con violeta. Pienso en vos cada que cierro mis ojos con susto, he intentado no apretarlos más para nunca volver a ver esas chispas. No lo logro. No logro alejarme de tu espectro evaporado vagando infame por la sexta. Siempre anduviste desapercibido, igual que ahora, aunque después del día de tu muerte, los diarios se encargaron de darte popularidad, incluso quienes te conocían no hacen sino hablar de vos, y a mí me buscan unos cuantos curiosos a preguntarme por vos. Incluso me han llegado a culpar de todo. No lo creo así, yo sobreviví, vos no quisiste. Tal vez te debía sacar de ahí conmigo, pero no hubieras accedido. Las personas como vos encuentran vida en la muerte. La calle es banal, y en lo mundano se puede encontrar lo sublime. Ahora sé qué tan sórdida puede ser y ya no ando impávida por ahí. En todas las cosas estas vos, cada recuerdo que tengo viene acompañado de alguno de los tantos que tengo con vos. De alguna forma pasó lo que temía, es difícil vivir lejos de vos, pero hay personas que tienen que morir para que otros valoren más la vida, y yo aprendí eso de vos. Moriste vos y la calle murió simbólicamente. Ahora paso por el Palacio Rosa y miro la ventana del tercer piso, la miro firme y camino, desde el otro costado, el opuesto al tuyo, camino sin parar y sintiendo cómo la brisa de las cinco menea mi pelo mientras siento tu presencia en un andén, en una tienda esquinera. Pero no pierdo mi brillo, no pierdo mi sonrisa, y todos dicen que estoy regia, mejor que nunca. Yo digo que es gracias al viento y al sol, al sonido de las palmas que menea la brisa, aún no encuentro el mar, aunque ahí está la magia, sentir la pulsión, la presencia de algo que no está pero se siente.

lunes, 13 de febrero de 2012


CUANDO UNO SE PONE DE IRRESPONSABLE A ESCUCHAR THE DOORS A TODO VOLUMEN.






La vida del rockstar (alquimista de la música)


Entonces no quiero parar de escuchar The Doors. Me retracto mentalmente de todo el plan maquinado y quiero a Morrison encima mío baby, ven y prende mi fuego (that face in the mirror wont go, that girl on the window wont drop) nadie hace nada. Nadie hace nada que los demás esperan que haga. Hombre de bien, mujer respetable. ¿Señora? Jamás, así ya no quiera salir a la calle y el trago me destruya. Joven forever, esa es la vida del rockstar, la juventud eterna. El rock, cuando se descubre en su pura esencia, es el elixir de la eterna juventud, la dichosa piedra filosofal. Los rockeros son los alquimistas de la música entonces, en un proceso que requiere de viajes psicodélicos, arrojadas a una piscina desde un noveno piso, aprender a construir una máquina para hacer pájaros que encienda Bubalina todas las mañanas; para ser rockero se tiene que estar dispuesto a todo: mil chicas en tu cama con diminutas tangas y tetas perfectas, limosinas con Jack Daniel´s Old No. 5, Tennessi special, setenta mil personas cantando tus canciones muriéndose por tocarte. Pero la juventud eterna es un visaje, un yugo, un peso que se tiene que cargar por siempre. Vivir atormentado de sentido, esta sí es la parte más pesada, por eso mueren jóvenes, a los 27, los días que son suficientes para vivir, si se sabe cómo, todas las cosas que se pueden vivir en cinco vidas.


Como Hippie en Woodstock (let it roll, baby roll)


Ahora suena Roadhouse Blues, más enérgica y menos depresiva y no sé porque me dio por escribir tan frenética, aunque también me dieron ganas de bailar, bailar así, descachalandrada con la melena revolcada en colores de flores que se derriten en una pradera de pasto ocre en un barrial, así me imagino Woodstock, una pradera gigante con colores en el cielo y algunos charquitos que forman lodo, y yo ahí , con un vestido habano untada de barro seco bailando a lo que da let it roll baby roll, all night long. Toda la puta noche, yeah!


Jinetes en la tormenta, atrapen al asesino y dejen a los niños jugar.
Nacimos en esta casa, en este mundo nos arrojaron. Lidiar con la existencia es cosa seria. La música es el refugio para esa tormenta, hay que ser un jinete del camino . pero es peligroso también, acumula mucho sentido, mucha sensibilidad y así como puede liberar, puede condenar. Puede llevar a alguien a escribir la canción más triste del mundo donde prediga un final, beautiful friend, un final de todos los planes elaborados, de todo lo que está en pie, el fin, no hay salvación, pero tampoco sorpresa, el fin, y nunca volveré a mirarte a los ojos. El final que carece de límites y es libertad. Poeta, Morrison poeta, borracho, insolente y bello, caminando retrechero por el metro de París cantando alguna canción triste con las guitarras viejas de los clocachards mientras se bogaba cualquier trago barato. Era un irresponsable por escribir esas canciones tan densas.


El día que me comí el primer ácido vi música. Y era morada.


Sacrificar tu salud mental, renal, arterial, cardiaca, linfática etc, etc, hace parte del valiente y difícil oficio del rockstar, por eso no son muchos los que existen. La relación entre la musa y el poeta sólo se logra en un trance psicodélico que dura unas ocho horas. LSD es la herramienta para lograr el acceso a ese mundo de sinestesia donde la música es, en uno sólo, los cinco sentidos. Se oye, se siente, se saborea, se ve y se huele. El día que lo probé, todo se puso violeta (and the sky was made of amethyst, and all the stars looked just like Little fish). La ansiedad de la espera fue un poco perturbadora. No sabía qué me iba a pasar, sólo tenía claro que iba a ver ese mundo que sólo ven los rockers, esa sinestesia, conjugación de sentidos, resabiados, porque de ahí hasta el final, lo que se venga y cómo se venga, y olvídese del miedo; en realidad, casi nada se puede controlar. Después, cuando fui al concierto de Roger Waters en su gira The Dark Side of the Moon, la pantalla proyectora que mostraba la imagen de una negra cantando The Great Gig in the Sky con la luna llena de fondo y un filtro morado, me di cuenta que la música es morada. No en vano Roger eligió este color. Dicen que todos los colores juntos hacen el negro. Yo creo que todos los colores del mundo juntos hacen el morado, y en los colores del mundo está ella, musa eterna de canciones tristes, mi amiga y archienemiga que me grita toda la verdad en la cara. Música, compañera eterna en este y todos los viaje. Todos los sonidos del mundo juntos hacen el morado, este es un poco más oscuro. Es saludable comer morado al desayuno, después, también, y por la noche, aún mejor. Que todos cierren los ojos y sólo puedan ver morado. El ritmo que crea el latido del corazón no es nada más que el baile del alma. Cuando uno está agitado es porque hay una parranda en ese mango. Por eso la cocaína, para acelerar el ritmo y formar una parranda.


La vida del rocker siempre es fugaz, un poco solitaria, un poco vuelta mierda. Más que nada es inconclusa, como quedará este artículo. Porque rocker que se respete no ha dejado nada terminado. Sólo vacío, lágrimas de gruppie y sobretodo…silencio.

martes, 12 de abril de 2011

SESIONES DE PSICOTERAPIA Creación de personajes DE FICCIÓN.

¿Estas cansada en las mañanas?
Te diré qué tan cansada estoy yo. Te diría que estoy cansada de tanto estudiar, de tantos datos desarticulados acumulados en mi cabeza. También te podría decir que estoy cansada de trabajar, de levantarme todas las mañanas a una misma hora y cumplir una rutina en una aburrida oficina. Otra opción, y una más optimista por supuesto, sería decirte que me tiene cansada hacer siempre lo que quiero, efectuar mis metas y ver cómo se van esfumando los sueños mientras se van cumpliendo. Te mentiría. La verdad es que sí, estoy muy cansada. Estoy cansada de esperar momentos que nunca van a llegar. Por ejemplo, me hastía esperar que llegue el día en el que voy a tener una gran idea, el momento en el que todas la cosas que tanto me gustan, pero a las que temo enfrentarme, van a lograr articularse y voy a crear una obra maestra. Otra más ambiciosa, pero tal vez la que más me gusta, es esperar el día en el que voy a tener una banda de rock, le voy a cantar a setenta mil personas y todos me aplaudirían mientras yo paso una borrachera de Jack Daniels y un poco más de ego. Pero la verdad, lo que más espero no es tan inalcanzable; espero ver entrar por la puerta de mi cuarto a aquel idiota que me dejó cantando melodías melodramáticas sobre una chica a la que le rompieron el corazón en mil pedazos y no los ha podido recuperar. Ese idiota que desde que se fue, no me ha dejado dormir en paz.

¿Cuántas horas de sueño tuviste anoche?
Debo decir que soy muy mala para dormir, por eso me encanta salir en la noche. Pocos sabemos lo que estar en vela, mirando el techo, cambiando de posición cada minuto y medio escuchando los ruidos de la noche, que a largo plazo van causando paranoia. Todo buen sonámbulo lo sabe. Pocos sabemos tan bien lo que es mirar el reloj despertador en cortos intervalos de tiempo con la esperanza de que sean las 4:30 a.m., o en efecto, las 5:00, cuando uno sabe que ya casi va a amanece, pero en realidad no ha pasado más de media hora después de la última volteada a la mesa de noche para cerciorarse que sólo son las 2:00.

Creo que esta condición de espera, de divagar mientras se alcanza un único objetivo (en este caso, dormir), me ha convertido en una persona impuntual, no sólo en el sentido de llegar tarde, porque claro, el cuerpo sigue siendo el cuerpo, y por supuesto, a veces estoy muy cansada, sino también en el sentido que le doy muchas vueltas a las cosas. Por ejemplo, alguien me hace una pregunta y yo doy un largo discurso antes de responder lo concreto.

A propósito de eso de estar cansada, anoche sólo dormí una hora y 45 minutos, y debo decir, no sé cómo hago para mantenerme en pie y tener tanta energía, más que muchas, porque eso sí, no es si no que alguien me llame a pintarme plan para que yo esté parada, dispuesta para seguirle la cuerda al que quiera.

¿Camina dormida?
A veces hago cosas que en realidad no quisiera hacer. En repetidas ocasiones lo recuerdo a él, casi siempre pasa en las noches; es por eso que no puedo dormir, porque me lleno de nostalgia, de ganas de tenerlo aquí, conmigo, pero ¿qué puede hacer uno cuando esa persona no quiere venir?

Algunos como yo, se quedan despiertos por culpa de la ansiedad, pero con el paso del tiempo, y al ver que esta situación no cambia se desarrolla un mecanismo de defensa. En mi caso, salgo a caminar a la calle sin rumbo fijo a ver a quién me encuentro por ahí, a tomarme una cerveza por la sexta, y por fortuna, salvo los domingos, siempre hay noctámbulos como yo que también buscan una cerveza y un viento sereno que refresque los sueños, aunque miento, las personas como nosotros no soñamos. No soñamos porque no dormimos.

Podría decir que camino dormida. Puedo aparentemente estar despierta, pero mi espíritu en realidad duerme. Yo más bien ando como un zombie, muerta en vida. He aprendido a matar algunos sentimientos como el miedo, no cualquier mujer sale sola a la calle, impávida. Ya los de la zona saben quién soy, la sonámbula de Santa Mónica que rondea en las noches las calles, cuando la mayoría ya duermen, cuando lo único que queda son escombros de la rumba, energías muy pesadas y casi no pasa ni un carro.

He visto muchas veces cómo se acaba la noche y comienza la mañana. No tiene que ser de noche para dormir.

¿Se duerme de día sin querer hacerlo?
A veces me duermo de día sin querer. Estoy realizando una actividad y de un momento a otro reacciono y tengo mi cara apoyada en una mesa, por ejemplo. Son lapsos cortos pero muy profundos y siempre me levanto sobresaltada, como si tuviera una pesadilla; aunque no me cuesta trabajo reincorporarme, cuando lo hago no recuerdo los malos sueños que me exaltan. Tampñoco recuerdo los buenos. He comprado atrapasueños, pongo raíces de mandrágora debajo de la almohada e incluso he llegado a rezarle a la luna. No funciona.

El día es duro, siento que me veo más fea, como que los detalles de desgaste se notan más. La noche trae consigo la oscuridad y bueno, esa es una buena licencia para poder obrar a las escondidas, pero igual, el día me gusta, y más salir a caminar y sentir esa brisa de las cinco y media de la tarde que menea las palmeras que en vez del mar, bordean el asfalto, en una ciudad que suena a trompeta y huele a sal. Por cualquier tienda que uno pase escucha una canción diferente y no miento, a veces me da nostalgia porque me acuerdo de cierta persona. Es ahí cuando pase lo que pase, sigo caminando, prendo un cigarrillo y me pongo las gafas para poder llorar sin que nadie se dé cuenta, porque eso sí, la primera regla de la calle es nunca mostrar debilidad.

¿Cuál es su mejor hora del día?
Hay un memento que guardo con recelo en mi memoria, que nunca quiero olvidar porque remitirme a él me hace sentir, al menos por un instante, tranquila; es el recuerdo del último día que recuerde que realmente fui feliz.
El mejor momento de mis días es cada que se me viene esa imagen a mi cabeza. Nunca fue tan placentero estar despierta, cogerse la cabeza y cerrar los ojos, cerrar los ojos sin dormirse y sentir el agua en los pies, en un vaivén sincronizado con el latido del corazón, fue la última vez, y debo decir que la única, que no me he acordado de él desde que se fue llevándose mis sueños.
No duermo para no soñar, por eso siempre me veo cansada triste.