miércoles, 7 de marzo de 2012

DOMINGOS


¿Me escuchas?
Sí, te escucho claro, como si estuvieras aquí. Todavía siento tu eco vibrando en los huesos de mis oídos, como si realmente hubiera alguien tocando un tambor en mis tímpanos. Tu voz se mete por la mitad de mi cabeza y se queda ahí mientras la asimilo, mientras entiendo que no vas a colgar y no tengo que temer por dejar de oírte, porque se esfume tu voz y mi mente deje de vibrar. Que no se calle el tambor, que no se acabe ese redoble seco, mudo. Te escucho aquí, cerca.

- ¿Puedes sentir mi corazón?
Lo siento. Ahora no sólo vibra mi cabeza, sino también mi corazón. Podría asegurar que esta es la manera como baila el alma, entonces me ponía el auricular en el pecho, lado izquierdo, y tú, ¿escuchas el mío? late rápido, ansioso y angustiado, porque te siento cerca pero no estas aquí, conmigo, y mi cuerpo y mi mente te anhelan. Ya no te escucho, te siento, los vellos de tu pecho, grande, fuerte. Siento cómo palpitas, rápido, casi como si te estuviera tomando el pulso con el teléfono, y ¡sí que estás vivo!, y entonces se comunican nuestros corazones, músculos llenos de sangre, desgarrados, porque la realidad era que en algún momento íbamos a colgar, esto no iba a ser un juego eterno. El teléfono era como nuestro teletransportador nocturno, de sábado en la madrugada.


Colgábamos y al menos yo terminaba débil, como si tu cuerpo me hubiera robado toda la energía a través del teléfono, como esa depresión que uno siente los lunes por la mañana, esa debilidad corporal, mareos acompañados por fuertes náuseas, pocas ganas de estar vivo y seguir con la semana que recién comienza. Martes, y ¡mierda, tengo mil cosas que hacer!, miércoles, qué desasosiego, jueves, necesito un trago, viernes, ¡ya es viernes!, los sábados todavía pienso que es viernes, y domingo, ¡ah, malditos domingos! siempre intento salir por ahí con la poca fuerza que me queda, salir a caminar por las calles solitarias. Es muy distinta esa sensación dominguera. Primero, el sol tiene un color distinto, como ocre con naranja, como una pincelada de óleo en un cuadro de Van Gogh, un campo de trigo perdido en el horizonte lleno de millones de espigas, secas. Sólo los domingos se percibe cómo el calor se adhiere al asfalto gris, que suda, se dilata, río de lava fundida con piedras, con cuadros de Van Gogh que se llevan los cultivos de trigo, entonces se mezclan los tonos tierra y el resultado es un matiz tediosísimo. Por eso es que nadie sale a la calle en sus carros los domingos, porque se pueden derretir las llantas, combinar más colores en la carretera. Entonces el silencio es menos efímero, la calle ya no suena a nada. Se apagan las alarmas, las ambulancias, los buses, los motores chirriantes pidiendo secos aceite. Silencio. El domingo es hacerle antesala a la muerte, una espera eterna por otro día que no va a ser mejor, y uno de esos domingos cuando no esperaba nada, apareció Francisco. Llegó con Mariaelisa, quejándose de la fatiga de los domingos solitarios, en los que no pasa nada. Desde ese día procuramos no pasar un sólo domingo solitario más. Entonces dejé de esperar a que sonara el teléfono con tu nombre en la pantalla, mi corazón se acostumbró a latir más despacio, solitario. Vos eras lo incompleto, eras esa sensación de tener que colgar, de marcharse cuando uno se quiere quedar, de despedida cuando no se quiere ir, de silencio cuando se espera una palabra. Vos eras esa espera cuando yo tenía mucho afán. De todos modos, contestaba esas llamadas esporádicas de madrugada, y no te miento, lo que sentía cuando colgaba estaba intacto, sólo que me reponía más fácil. Colgar era una sensación menos angustiosa entonces, me  reponía rápidamente. Por un tiempo pude vivir con esa dualidad, Francisco de lunes a sábado y vos algún día de la semana a las cuatro aeme, te quedabas vagando en los pasillos de mi cabeza. Así se nos pasaba la vida, huyendo de tedio en tedio, de domingo en domingo.

Opté por no volverte a contestar, claro, cómo no, si en esas madrugadas a veces estaba Francisco,  y ensangrentabas la bocina con tu corazón latiendo frenético, como si se separara de todas tus venas y arterias y abriera un hueco en tu pecho para escaparse y llegar a mí. A veces cobraba vida, se metía por el cable deslizándose en forma de círculos; manchabas mi teléfono con pequeñas gotas de sangre. Francisco me preguntaba por ese sonido que hacía temblar el suelo, y yo le decía que era algún idiota que había perdido algo y lo estaba reclamando. Colgaba. Vos terminabas muerto, sin pulso, con tres lágrimas en tu cara anémica, un charco de hemoglobina y plaquetas evaporadas por todo tu cuarto.

El idiota que había perdido algo y llamaba a reclamarlo en las madrugadas ya era famoso, hasta que Francisco se dio cuenta que el dichoso idiota de hecho eras vos. ¡Ay Santigo! en las que me metes. Por mí, hubiera dejado las cosas así con él, cortar, no volvernos a ver, tu por allá, yo por acá, no me busques más, lo hubiera hecho si supiera que podía salir corriendo a donde vos, respirar ese aire de leucocitos, darte un beso de tres horas y liberarte de esa anemia, devolverte tu corazón, ahí, intacto en el pecho, pegarlo con super bonder para que nunca más se escapara y sintiera también al mío. Pero las cosas eran diferentes. No sé si era miedo, si eso de las serenatas mudas era un simple video mío, porque la realidad era que no me estabas esperando, que todo era más bien un capricho, porque andabas con varias. ¿Les dirías lo  mismo que a mí? ¿Las llamarías al amanecer y te pegarías el teléfono al pecho?

Fue una noche cuando dormía que sentí la conexión, mi corazón palpitaba más rápido de lo normal, como cuando me llamabas, sólo que esta vez no había teléfono. Me desperté sobresaltada pensando en vos y te llamé. Contestaste como si no te hubiera sorprendido, como si vos tuvieras todas tus emociones bajo control, pero cuando te pedí que nos viéramos te delataste, no era así. Nos encontramos después de muchos meses. Te sentía vibrar desde lo lejos, y cuando nos vimos, nos miramos como si el tiempo se hubiera detenido y sólo estuviéramos nosotros dos, como un plano de inmanencia, como cuando el caos se organiza en un centro. Puse mi oído en tu pecho y escuché el latido sin la interferencia del teléfono. Estaba lento, desgastado y cansado, entonces toqué el lado izquierdo de tu pecho y lo besé. Me diste un beso en la boca, sin preguntarme si quería, sin pedirme permiso. Toda esa falsa sensación de llenura, Francisco y los domingos, se esfumaron de mi mente. Vos eras lo incompleto, la incertidumbre, lo que no podía controlar, el azar, un viernes por la noche cuando todos hacen lo que se les da la gana. Yo también te besé, y juré que no quería pasar más tiempo sin besarte. Besarte se convirtió en la necesidad de pasar los días, en la fuerza para enfrentar las horas que separaban los momentos en los que nos íbamos a ver en secreto. Era encender la máquina de las mentiras para poder propiciar nuestro encuentro, salir sin decir a dónde ni con quién, inventar citas inexistentes y reuniones falsas.

Nunca había pasado tantas noches en casa de mis amigas y mi mamá ya comenzó a desconfiar de tantos trabajos trasnochados. Dejé de ser la misma con Francisco y ya nos veíamos poco, los momentos que eran para él te los dedicaba a vos a punta de excusas. Ya no lo quería ver más, no quería que me tocara ni me diera besos, sus palabras se tornaron fastidiosas y yo ya no sabía cómo hacer para que no me buscara más, porque no era capaz de decirle que se fuera, que no lo quería, que nunca lo quise y que siempre estuve pensando en vos, porque no sabía hasta cuándo nos iba a durar la cosita, y en realidad, no quería estar sola en el momento en que se te diera la gana dejar la maricada conmigo.

Es que siempre he tenido muy claro que la que tiene todas las de perder soy yo. Vos sabes en qué momentos aparecer, los que más te convienen, porque fácilmente te podes desprender de este cuento sin ningún tipo de dolor, de nostalgia.

Hoy te digo que todo salió al revés para mí: Francisco me dejó y yo ya no hago nada más que pensar en vos, que esperar a que suene el timbre y seas vos; me da rabia cuando es otra persona. Han pasado varios días desde la última vez que hablamos, y yo por mi parte no te pienso llamar, así me muera de ganas. No me has dejado otra opción que ésta, escribirte una estúpida carta en la madrugada, con el corazón moribundo y sin ganas de luchar más.



1 comentario:

  1. Será que encontrás la letra sea mejor que la canción?... Vos sabrás. Fantasy es ilusión, porque nunca hay nadie al rededor, porque nunca hay nadie al rededor!

    http://www.youtube.com/watch?v=prtMhKM9xiE

    Un abrazo de esos.
    Say no more.

    ResponderEliminar